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No te fies de las apariencias - dijo el más anciano de los dioses- debajo de esa armadura de guerrera está la suave piel de una mujer que añora la sensación del viento, el calor del contacto y la libertad de la paz. Pero ha batallado tanto tiempo que cada vez que su armadura cae se muere de miedo.
Pero es que no se da cuenta de que ya no es necesaria la guerra, que ha ganado las más importantes batallas, que al no quedar contrincantes ya solo lucha contra ella - respondió el angel de la guarda de aquella guerrera, que deseaba ya sentarse a descansar y disfrutar con ella de los retos conseguidos.
Paciencia, mi joven angel, paciencia, ¿cuando la guerrera no ha sabido superar un reto? Ya sabes que la lucha contra si misma es la batalla más dura, esa que no se gana con la fuerza, ni la inteligencia. Contestó tranquilo el sabio.
Entonces ¿cómo puedo ayudarla? ¿con que armas se puede ganar esa batalla?respondió airado el ángel como si la paciencia que se le solicitaba le quemase.
El sabio, tomándose un tiempo para contestar, cambiando el tono de voz para tranquilizar al ángel y dijo -Sólo hay un arma para ganar esa batalla y ella sabrá descubrir cual es, siempre lo ha hecho.
Dime sabio ¿Cuál es ese arma? ¿Cómo puedo ayudarla a conseguirla? - preguntó cada vez más excitado el joven ángel.
Ese arma es el amor y ella no tiene que conseguirla porque, aunque todavía no pueda verla al estar sus ojos todavía nublados por el polvo de tantas y tan cercanas batallas, es un arma que ya tiene con ella.
Y entonces ¿qué puedo hacer yo? ¿cómo ayudarla?
Con esa pasión que tienes por ella ya la estás ayudando - comenzó diciendo el sabio simplemente quedate a su lado y permite que sienta el calor de tu presencia, el calor de ese amor con el que la has protegido todos estos años, deja que se vaya sintiéndo tan segura que ya no sea necesario levantar la espada. Sólo ese calor puede conseguir que ella se pare y, como dice el tópico, deje de buscar fuera lo que tiene dentro.
Y el joven ángel con un gesto de agradecimiento se fue lleno de energía a su lado, porque, por muchas armaduras que ella se pusiera, estaba seguro de que sería capaz de llegar hasta ella y acompañarla en aquella aventura que, aunque a veces más difícil que la más dura de las batallas, tendría la recompensa de mayor valor, su libertad.
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